Era martes y me dirigía a mi despacho en la prisión. Como me quedaba poca gasolina, paré en la gasolinera de la esquina de las calles Polo y Cherry. Pensando en cosas que hacer en el trabajo, me sorprendió ver que una mujer se me acercaba para pedirme que utilizara mi teléfono móvil. Quería comprobar la hora de la ruta del autobús. No muy seguro de esta petición, marqué el número de la estación de autobuses de la ciudad por ella y puse el teléfono en altavoz. El autobús llegaría a las 11.10 h. Le pregunté dónde vivía y me dijo que en la Casa Hawley, un lugar que me resulta muy familiar porque alojan a mujeres sin hogar, muchas veces procedentes directamente de la cárcel. Esta mujer me dijo que estaba intentando rehacer su vida tras una temporada de drogadicción. Escuché su historia y le hablé de un preso que conocía y que luchó contra las adicciones durante varios años. Cada noche rezaba para que Dios le quitara la adicción. Una mañana se despertó y ¡el ansia había desaparecido! Dios no se había olvidado de él y respondió a su oración. Permaneció sin consumir drogas hasta su muerte, 10 años después. La animé a que siguiera pidiendo a Dios la curación. Me dio las gracias por los ánimos. Recé por ella en el surtidor de gasolina, nos abrazamos y cada uno siguió su camino. Dios había planeado una llamada telefónica y una oración en el surtidor de gasolina y le di gracias a Dios por la oportunidad de bendecir a alguien. Pero honrad en vuestros corazones a Cristo, el Señor, como santo, estando siempre preparados para defender ante cualquiera que os pida razón de la esperanza que hay en vosotros; pero hacedlo con mansedumbre y respeto. I Pedro 3:15
-Jone Reid, Coordinadora de Relaciones con la Iglesia y la Comunidad