Un día, un preso me dijo: «¿Puedo decirte algo? Quiero darte las gracias por sonreír siempre que nos ves. Tu amabilidad me ha ministrado muchas veces y quería hacértelo saber. No tienes que decir nada, sólo sonreír».
Curiosamente, este recluso siempre me saluda a mí y a los demás en la capilla con una gran sonrisa. La sonrisa engendra sonrisa. ¿Algo sencillo de hacer? Puede que no. Este tipo ha vivido una vida tumultuosa. Su infancia estuvo plagada de decepciones, rechazo y luchas emocionales. El delito era una forma de tomar las riendas de una vida descontrolada y confusa. Su historia es similar a la de muchos presos. Pero tras su sonrisa está la esperanza que sólo Dios trae para cambiar un corazón endurecido por uno de carne. Sabe que Dios es real y que tiene un plan para su vida. Su sonrisa está llena de esperanza.
Cuando los voluntarios van a la cárcel y a la prisión para ofrecer una oración, enseñar un estudio bíblico, dar clases particulares, estrechar una mano o compartir sus talentos musicales, llevan la esperanza que trae Cristo. Hay muchos reclusos que buscan a alguien que comparta el amor de Dios para transformar sus corazones. Te invitamos a unirte a nosotros para compartir el amor, la alegría, la paz, la paciencia, la amabilidad, la bondad, la gentileza, la fidelidad y el autocontrol (Gálatas 5:22) en nuestro campo de misión local de encarcelamiento. Mediante el Espíritu de Dios que vive en ti, muchos serán bendecidos. A veces no hace falta decir nada; basta con sonreír.
-Jone Reid, Coordinadora de Relaciones con la Comunidad