Una noche pedí peticiones de oración. Las peticiones eran variadas: «Voy a terminar AA esta semana y necesito la ayuda de Dios para superarlo; mi madre está enferma y en el hospital y necesitamos rezar por ella; tengo una entrevista de trabajo y realmente necesito este trabajo». Tras lo que pensé que era la última petición, el hombre que tenía delante levantó la mano. Se llamaba Steven y dijo que rezaba para poder volver a ver a su hija antes de morir.
Lo que Steven no sabía era que Laura y yo estábamos en medio del valle más profundo de nuestras vidas. Estábamos viviendo la historia del hijo pródigo con nuestro hijo mayor, y en aquel momento hacía más de un año que no hablábamos con nuestro hijo. Steven y yo necesitábamos exactamente lo mismo. Cuando llegué a casa entre lágrimas le dije a Laura que lo que había aprendido aquella noche era que no hay absolutamente ninguna diferencia entre los últimos y los perdidos y yo. Steven y yo necesitábamos desesperadamente la gracia de Dios.
La Madre Teresa dice que lo que va mal en nuestro mundo es que «hemos olvidado que nos pertenecemos unos a otros». Creo que eso es lo que cada uno de nosotros descubre cuando va a la cárcel. Descubrimos que nos pertenecemos mutuamente. Empezamos a reconocer en los demás la forma del corazón de Dios. Todos estamos en prisiones de algún tipo. Algunos con barras de hierro; otros de nuestra propia cosecha. Y la verdad es que la única salida es que nos ayudemos mutuamente y mediante la gracia de Dios. Por eso vamos. Quizá la mejor pregunta sea: ¿quién está ministrando a quién?
-Robert Esleeck, Director del Programa de Transición al Trabajo